De la bulimia y otros demonios
- Severa Flor
- 2 oct 2020
- 3 Min. de lectura

Ilustración: Camila Tabares
Recuerdo claramente amar mi cuerpo cuando estaba pequeña, pero este amor no consistía en cómo se veía, era basado en lo que era capaz de hacer: qué tan rápido podía correr, cuántas media lunas haría seguidas; no existía conflicto para mí al mirarme al espejo. Fui creciendo y empecé a encontrar cuerpos distintos al mío: más pequeños, más grandes; sin embargo, no veía nada de malo en el mío.
Desde muy temprana edad mi cuerpo empezó a cambiar, mi contextura no era tan pequeña como la de las otras niñas: mi espalda era más grande, tenía pancita y ‘cachetona’; aún así, hasta ese momento nunca sentí que mi cuerpo fuera malo o descalificado. Pero en mi mente empezó a existir esa necesidad de ser como la niña más linda del salón: muy flaca, cabello largo y cara perfilada.
Comencé a sentir que mi cuerpo no estaba bien y que tenía que hacer hasta lo inalcanzable para cambiarlo. Y así, empecé a tener mi “relación tóxica” con la comida: muchas horas de cardio en ayunas, comer unos pocos gramos de comida al día, evitar los espejos. El camino a la desnutrición que cada día tomaba, sobre pensando lo que comería, cuantas horas debía correr o moverme para llegar a la meta de mi cuerpo perfecto, y por ahí derecho: un tiquete directo a la bulimia.
Siempre que me preguntan: ¿cómo así que bulímica?, ¡¿no comes?!, respondo que es un poco más complicado que eso, y aunque no soy médico, la experiencia con esta enfermedad me ha enseñado a conocerla y ver cómo me ayudan a tratarla. La bulimia es como un círculo vicioso, empiezo con una dieta estricta, sin dulces, sin harinas, mucha agua y muchas verduras, paso días de extremo “cuidado”, y de repente decido, que como me he cuidado tanto, me merezco un premio (o sea un dulce), en el momento que ese dulce pasa por mi boca empiezo a sentir un frenesí de comer todo aquello de lo que me restringí, en cantidades alarmantes, hasta que me duela el estómago, la culpa o las dos a la vez.

Ilustración: Camila Tabares
Cuando recupero el control es tarde, porque ya me he atragantado, y los demonios de mi cabeza me culpan y me dicen que tengo que ir al baño a redimirme vomitando. Así quedo con el saldo en cero, pero el círculo vuelve a empezar.
De esta manera bajé casi 10 kilos en menos de un año, y no lo digo orgullosa, no se confundan, como consecuencia de mi estilo de vida “saludable” mi piel se resecó y se llenó de manchas, mis uñas y mi cabello se me caían, todo mi cuerpo estaba fallando, y aunque estaba delgada, nunca me pude ver al espejo con agrado.
A medida que crezco me doy cuenta que la lucha con mi cuerpo será una constante por algún tiempo en mi vida, pero eso no quiere decir que me rinda y que deje que los demonios me consuman y me lleven a consecuencias terribles. Siempre recuerdo a esa pequeña Camila que amaba su cuerpo por cosas tan sencillas como respirar, poder abrazar; esa Camila que disfrutaba del amor de sus papás y sus amigos, disfrutaba el sabor de la comida; Esa Camila me ayuda a centrarme y pensar que, si pienso como ella, la manera como miro mi cuerpo cambiará.

Ilustración: Camila Tabares
Es importante recordar que “ser lindo” o “atractivo” no vale la pena si estás muriendo por dentro y si gastas la vida contando cuánta comida puedes o no comer. Podemos renunciar a la imagen que se supone “debemos” tener, y recuperar la manera como somos en realidad, saludablemente y con amor, sin presiones, demasiada presión ya tenemos como para agregarnos otra.
xoxo, Camila.
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