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Sobre balancear un bebé en mis brazos

  • Foto del escritor: Severa Flor
    Severa Flor
  • 1 feb 2021
  • 5 Min. de lectura



Ilustración: Camila Tabares

 

En Argentina, el pasado 30 de diciembre el senado votó mayoritariamente SÍ a la aprobación del aborto en las primeras 14 semanas de gestación. Este debate de amores y odios ha generado miles de comentarios alrededor del mundo sobre la responsabilidad, la moralidad y, sobre todo, la vida. Pero este no es un texto más acerca del aborto; este, de hecho, es un texto acerca de la maternidad… la maternidad consciente, la maternidad querida, la maternidad responsable.


Consulté a cuatro mujeres antes de escribir este texto: un par de amigas sin hijos, una mamá que soñó con su hogar, y una más que se hizo mamá sin plan, como muchas. Todas ellas hablaron de su experiencia; y aquí estoy yo, intentando poner cada idea en orden para entender y, ¿por qué no?, para decidir.


Podría extenderme hablando de cada proceso e historia que escuché y abracé como lo merecen; sin embargo, en medio de esta construcción, he decidido dar tres partes a este texto que, además de ser una reflexión personal, espero que nos ayude a navegar en ese mar de ideas que nos ataca desde que somos niñas y recibimos -en Navidad- nuestro primer cochecito o un muñeco bebé que cuidamos sin siquiera haber aprendido a trenzarnos el cabello.


Lo primero que me gustaría abordar es el instinto. Siempre se ha dicho que las mujeres poseemos ese carisma intrínseco de la maternidad, la protección y el cuidado. Sin embargo, existen posturas como las de la filósofa francesa Elisabeth Badinter –quien es madre y abuela–, que afirma que el instinto maternal es un mito y que la madre perfecta no existe.


“Miles de mujeres renuncian voluntariamente a la maternidad y viven una vida plena, y existen numerosos ejemplos a lo largo de la historia, y en todo tipo de países y culturas, de madres que descuidan, maltratan e –incluso- asesinan a sus hijos”, dice Badinter. No obstante, muchas mujeres afirman, desde su experiencia, que sí sintieron la necesidad de ser mamás, mientras que otras que no habían planeado un embarazo reconocen que el instinto maternal se despertó en ellas al saber que iban a tener un bebé.


Desde el punto de vista biológico, además, se sabe que los niveles de prolactina y oxitocina aumentan en la madre cuando está en contacto con su hijo. Así las cosas, diría que si me dejo guiar por mi “instinto maternal” padecería terribles ataques de pánico, pues no he logrado mantener viva ni una planta y mi disciplina con el bienestar es casi nula. Tener una alimentación balanceada, horas estrictas para estudio y ocio o tender la cama a diario, son actividades que aún me cuestan. También he identificado, en algunas de mis amigas, ese propósito de cuidado y amor con los niños de su círculo cercano (yo no me atrevo ni a cargarlos), y es -además de admirable- enternecedor.


Otro asunto es la presión. Yo soy de las que asegura que el hecho de no tener bebés no supondrá un trauma para mí. Tengo 25 años y una relación sentimental estable con un tipo que desde hace tiempo tomó la decisión de no tener hijos, y si bien no hay en mí propósito alguno de procrear, ese asunto ajeno (y digo ajeno porque nunca he creído que tenga el más mínimo derecho a opinar sobre su cuerpo) me ha hecho preguntarme: ¿Y si un día quiero serlo?, ¿y si “se me pasa el arroz”?, ¿y si él o mi próxima pareja quiere ser padre y yo no puedo ‘complacerlo’? , ¿y si…?



Ilustración: Camila Tabares

 

¡BASTA!


Es necesario soltar la ansiedad nociva que genera pensar en el futuro. Y es que cuando te obsesionas con un tema, el universo hace su rollo para que todo se relacione alrededor: los anuncios de televisión se llenan de bebés, mujeres embarazadas, pruebas caseras y marcas de leche de tarro. Además, el asunto también se agrava cuando tu hermana ya es mamá y las miradas y opiniones ajenas se ponen sobre ti preguntando si es que no piensas darle un primito o si “ya pensaste el nombre del tuyo”. La verdad es que no, no lo he pensado y no quiero hacerlo porque otros lo señalen. Aquí debo agradecer a mis papás, que han sido siempre respetuosos de nuestras decisiones y nunca han pretendido influir en nuestro plan de vida con discursos romantizados como: “Qué bueno sería ser abuelo/a una vez más”.


Esa presión y ataque continuos deben salir de nuestra bolsa el día que pongamos la balanza para decidir.


La última línea que me gustaría abordar es, a mi criterio, la más importante: ¿estoy dispuesta a ser mamá, con todo lo que ello implica? Y no me malinterpreten, no sugiero que la maternidad sea desdicha y cruel sacrificio. Lo que he pensado es que muchas madres, guiadas por su impulso idealizado, han engendrado a sus bebés, pero en el camino se han percatado de que no solo el dinero o la relación estable con su pareja son las herramientas primarias para una crianza correcta. Después de todo, es su tarea formar un ser humano con una serie de habilidades emocionales y sicológicas que le permitan valerse por sí mismo/a y aportar a la sociedad que integrará.


Para esta parte leí un montón de portales que comparten ‘guías’ de crianza correctas. Y, analizando con cuidado, me percaté de que muchas de esas instrucciones no hicieron parte de mi crianza, la de mis amigas e –incluso- la de nuevas generaciones como la de mi sobrino: enseñar a tolerar la frustración, no ceder ante los caprichos, pasar tiempo suficiente con los niños/as, establecer límites, elogiar sus logros, corregir sin violencia o dar ejemplo con nuestras acciones. Esta última es la más aterradora porque, después de todo, ¿quién soy yo para dar ejemplo?, ¿soy tan correcta para corregir errores ajenos?, ¿debo renunciar a mi libertad y diversión por miedo a que mi hijo/a lo replique?


No estoy segura de ello, y puedo asegurar que gran parte de las mamás que conozco nunca consideraron lo que esto significaba antes de decidir su maternidad.


Si con todo lo dicho he abierto una discusión, para mí es suficiente. Y, por último, si en algún momento esa pregunta llega como un torrencial a sus mentes y toman la decisión autónoma y sincera de no ser madres, les dejo por acá algunas cifras y datos que podrían ser de gran ayuda para dar el siguiente paso.


En Colombia, en la ley 1412 de 2010, expedida en octubre 19, “se autoriza la realización de forma gratuita y se promueve la ligadura de conductos deferentes o vasectomía y la ligadura de trompas de Falopio como formas para fomentar la paternidad y la maternidad responsable”. Esto propone, claramente, que todas y todos tenemos derecho a decidir sobre nuestro cuerpo y disponer sobre él, sin presión alguna que sugiera lo contrario, y que el Estado debe garantizar el acceso gratuito a dichos procedimientos de forma segura.


También es importante tener claridad respecto al procedimiento. La ligadura de trompas es una cirugía mínimamente invasiva, ambulatoria y de fácil recuperación, que dura alrededor de 10 minutos y consiste en cauterizar las trompas de Falopio para impedir el paso del óvulo al útero. También podría disminuir el riesgo de cáncer de ovario, especialmente si se extraen las trompas de Falopio. Sin embargo, esta cirugía no es adecuada para todas las mujeres. Tu médico o proveedor de atención médica se asegurará de que comprendas perfectamente los riesgos y los beneficios del procedimiento.


Tal vez sea el momento de tener esta discusión introspectiva o de compartirla con quien prefieras, teniendo en cuenta que cada decisión es válida y respetable si se toma con conciencia. Quizás sea el momento, también, de liberarte del prejuicio y dejar de dar explicaciones acerca de tu percepción sobre el tema, recuerda que no es la maternidad la que define nuestro rol social o la ruta que todas deberíamos seguir.




Por Catalina Toro


 
 
 

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