La liberación de los pezones
- Severa Flor
- 14 dic 2020
- 6 Min. de lectura

Ilustración: Camila Tabares
Ni la tierra ni el cuerpo son territorios de colonización.
-Autora desconocida
¿Recuerdan cuándo y por qué comenzaron a usar brasier? ¿Alguien les consultó si deseaban usarlo?
A la edad de ocho años, mamá, sin explicación alguna, charla íntima o mediación de palabra, me enseñaría para toda la vida a censurar mi cuerpe. Supongo que mi madre comenzó a comprarme los “formadores” o “principiantes” (como si algo debiera comenzar a adoptar una forma perfectamente determinada) como para ese tiempo en el que los senos dolían y los pezones se hinchaban. Fue una época muy marcada, porque realmente el dolor de una teta en desarrollo nunca se olvida, sin embargo, no recuerdo con exactitud cuándo recibí el primer brasier.
Realmente recordarlo me causa dificultad, no sé si a ustedes también, y he llegado a la conclusión de que esto se debe a que nunca existió un momento en que se me indicase o consultase si así deseaba que las cosas comenzaran a ser. Ustedes pensarán que es una nimiedad, pero es como si, por ser niña, yo no tuviera autoridad moral para determinar las decisiones sobre mi cuerpa. Como si naciéramos empeñadas a los otres, es decir, a lo que los otres en sociedad mandan, porque todo este asunto es una cuestión de género. Pero ojo, si mal no estoy, en las prenderías lo único que se empeña son los objetos materiales y, en ese mismo sentido, es como si, desde que nacemos, nos clasificaran como meros objetos materiales, en propiedad siempre de alguien más.
Una pensaría que, tras el infante, por cuestión de “lógica” un adulto debe estar, pero ¿no sería más lógico que este actúe como guía, mas no como propietario de otro ser? Pero bueno, ese es otro tema que también merece un análisis responsable y extenso, para otra ocasión.
Retomando. Deténganse y piensen si acaso con la adultez llegó inherentemente la autoridad sobre sus propias cuerpas. Me atreveré a quizás equivocarme, pero hay una alta probabilidad de que la respuesta sea “no”, porque la cosa no es así como tan fácil. Por otra parte, la respuesta podría ser un afortunado “sí”, pero esa afirmación no tiene su causa directa con la simple llegada de la adultez, sino que se esconde tras un proceso individual complejo y extenso.
El hecho es que ahí estaba yo, casi que por automatismo y sin pizca de malicia irreverente, comenzando a incorporar aquello que una ve que las mayores hacen (abuela, mamá, hermanas, primas…) y que, por ende, una intuye es la ley de la vida o lo “debidamente correcto”. A esa edad yo pa’ qué me iba a cuestionar esas cosas si, ¡es más!, desde pequeña me andan suprimiendo la curiosidad y la rebeldía: que deje la preguntadera, que me calle, ¡que aquí se hace lo que yo diga y punto!, que las niñas calladitas se ven más bonitas, en fin.
De hecho, y lo recuerdo casi que de manera muy vergonzosa, yo anhelaba ese momento en el que las tetas las tuviese lo suficientemente grandes, así como la “normalidad” lo indicaba para una mujer. Sin embargo, todo siempre me vino demasiado tarde o nunca me llegó, lo cual me significó una decepción aguda, un matoneo constante o una humillación.
Siempre fui la más pequeña, la menor de mis amigas, la menor de la casa. Me rodeé durante toda la infancia de personas mayores que yo. La adolescencia, la menstruación, los amores, las fiestas, el sexo, todo me llegó más tarde. Incluso, esa misma presión a nivel social me hizo apresurarme frente a algunas etapas, con lo que me vi en situaciones que, apenas hasta mis 20, logré analizar e identificar como abusivas y violentas en mi contra. El caso es que ahí estaba yo, siempre corriéndole a la época porque, entre nosotras, en el colegio, la llegada de cada etapa era un logro que nos enorgullecía compartir... y yo también quería compartir los míos.
Tener un brasier por supuesto que también tenía su época y tenía su significado. Era ya tener unas tetas y estar creciendo; era ya ser objeto de deseo y tener que ocultar la cuerpa de eso; era comenzar a “ser una mujer”. Todo esto nos lleva, nuevamente, a la concepción de que ser mujer se ha resumido en la suma de todas nuestras partes; como si ser mujer significase ser un mero objeto material de deseo. ¿Qué tan horrible puede ser una sociedad para que entre sus niñas se empiecen a naturalizar estas concepciones sobre sus propias vidas y sobre sus propias cuerpas? Hoy, socialmente, la cosificación de la cuerpa de la mujer se sigue reproduciendo naturalmente y la censura del pezón también, pero para mí y para otras, las cosas un día cambiaron.
A la edad de quince años comencé a dejar de usar brasier. Y ese fue el inicio de la liberación y apropiación de mi cuerpa. Primero pensaba que solo era por comodidad, pero, más allá de eso, era yo tomando las decisiones sobre qué hacer con mi cuerpa, era yo eligiendo la comodidad por encima de lo que el mandato social me había ordenado hacer. Amigues, si eso no es apropiación, no sé lo que es.
Desde el primer día tuve que enfrentarme al alto costo social que trae consigo el dejar de censurar mis pezones. Mi madre, por ejemplo, cada día quería asegurarse de que yo estuviese lo suficientemente segura de querer salir así a la calle. Por eso, siempre, antes de salir, me preguntaba si mejor no deseaba devolverme y ponerme el brasier: “¿a usted cómo no le da pena salir así a la calle?”. Mi hermano, quien solía reposar todo el día en casa descamisado, nunca dudó ni una sola vez en señalar que yo tenía “los pezones apuntándole” o que mis tetas las “había heredado” de mi padre y parecían “un par de cherrys”, aludiendo a que jamás me habían crecido, todo esto con el único propósito de avergonzarme o de hacerme sentir menos mujer. Lo que él nunca supo fue que realmente eso nunca me importó ni afectó mi identidad. Si ustedes lo pillan, ni en mi casa ni en la calle he gozado de espacios libres de violencia patriarcal.
Para mí, hoy, salir por la calle sola es no dejar de darme cuenta de que los pezones bajo mi camisa, los mismos que sí reposan “naturalmente” bajo la camisa de un hombre, siguen siendo el centro de indignación y deseo mientras camino. Es decir, en sociedad sigo siendo juzgada y resumida a las partes de mi cuerpa, como si por el género asignado al nacer, fuese un objeto inherentemente sexual y, por ello, necesariamente censurable. Esa hipersexualización sobre las cuerpas de las mujeres no es posible sin la violencia, por eso, con ella llegan la imposición de las prendas o el código de vestimenta, la represión, la censura, la vergüenza hacia nuestro propio cuerpe, el acoso, la desigualdad, la cosificación y todas las aberraciones patriarcales que no nos han permitido por años decidir libremente.
El camino no ha sido fácil, sin embargo, el tiempo me ha enseñado que esto, más allá de corresponder a una decisión que simplemente buscaba una mayor comodidad, pasó a tener todo el sentido y trasfondo político del mundo, de mi mundo. Supe que nunca, durante toda mi infancia, fui dueña de mi cuerpa; supe que ser mujer adulta tampoco era garantía para poderlo reclamar y que actos tan camuflados como la imposición de la censura de los pezones en las mujeres, desde la infancia, reafirman toda la violencia simbólica en la que estamos inmersas.

Ilustración: Camila Tabares
Yo sigo resistiendo y eligiendo la libertad de mis pezones, por encima del mandato social, porque desde niña debí saber, antes de recibir mi primer brasier, que nosotras tenemos derecho a decidir libremente cómo convivir con nuestra propia cuerpa, porque somos sus únicas dueñas y merecemos la misma libertad con la que “la otra mitad” de la población goza.
Reclamarnos como territorios libres y tomar decisiones propias que reflejen la libertad con la que decidimos vivirlo, no debería implicarnos un peso social, mucho menos por cuestiones de género, raza o sexo. Ser libre solo debería implicar obtener nuestra plena libertad. Por eso, yo decido apoderarme de mi cuerpa y resistir como me plazca contra viento y marea.
1 Vale la pena señalar que hoy, una de las formas para escapar del acoso callejero es saliendo con alguien que "represente" una autoridad de respeto (por lo regular un hombre) para quien acosa.
2 La sociedad es mucho más que mitades y dos géneros. Es plural y diversa. Sin embargo, el término que aquí aplica refiere a los que, estadísticamente, han sido tomados como “hombres” por su sexo al nacer.
Por Lina Santiago
Comments