Deconstruyendo el vínculo
- Severa Flor
- 4 nov 2020
- 4 Min. de lectura

Ilustración: Camila Tabares
Hace algunos días leí una columna -a mi juicio, maravillosa- de María del Mar Ramón, colombiana en Argentina, autora del libro “Comer y tirar sin culpa”: el primer libro de una colombiana escrito en lenguaje inclusivo. Por alguna razón, esta columna tocó cientos de fibras en mi interior; en ella, María del Mar hablaba de la relación con su madre y de forma muy extraña describió acertadamente la relación que tengo con la mía. En esta especie de carta a su madre se exponen asuntos que en algún momento, como mujeres en clave feminista, tenemos que poner sobre la mesa: la reconciliación del vínculo madre-hija, que si lo vemos y analizamos a fondo, es un vínculo visto y construido desde el machismo, desde el patriarcado, porque quién no ha escuchado y ha creído en frases tóxicas como: ‘’madre solo hay una y padre es cualquiera’’ y demás expresiones cuyo fin es poner todo el peso de la crianza sobre las mujeres, que en su mayoría (al menos en este país) no han tenido las herramientas necesarias para asumir una maternidad deseada y consciente.
María del Mar habla de cómo una vez atropelló a su madre con un carrito de supermercado a los 12 años tras una discusión y, a partir de ello, desarrolla el vínculo que tienen. Lo que esta columna hace pensar a quienes la leen, es cómo nos relacionamos con nuestras madres y lo dañino que puede llegar a ser ese vínculo, a todo lo que una madre renuncia por sus hijos, incluyendo el gesto mínimo de aceptar que por momentos éstos le desagradan o le molestan y que eso sea razón de críticas y juzgamientos en nuestra sociedad. Un ejemplo: el alboroto al inicio de la pandemia cuando Kim Kardashian subió un video escondiéndose de sus hijos en el baño y no tardaron los ataques, como si esa situación no fuera común entre las madres, porque claro, ellas están obligadas a amar a sus hijos sin condición, sin barrera, a darlo todo por ellos y sacrificar, porque la base de la maternidad para muchos parece ser el sacrificio. Ahora lo que me cuestiono es: ¿tiene que ser así?
Hablo desde mi experiencia y acepto sin orgullo que yo misma fui víctima de ese machismo sistemático hacia las madres y juzgué a la mía con severidad por no ser la madre que tenían mis amigos, la madre ejemplar, ama de casa, dedicada todo el tiempo a sus hijos. Fui injusta con ella porque no era una madre que me diera menos, era una que trabajaba más horas al día de lo que cualquier persona debe para darme todo, y no por eso sacrificó menos que otras madres, porque eso también es ser mamá. Estaba muy joven y no lo entendía en ese momento, y así como dijo María del Mar en la columna, una de las situaciones más extrañas del vínculo madre-hija es que aprendemos a hacernos daño y nos conocemos tan bien que podemos destruirnos entre nosotras con una facilidad absoluta. María del Mar a los 12 atropelló a su mamá con un carrito del supermercado con la intención de hacerle daño y yo a los 14 me fui a vivir con mi papá.

Ilustración: Camila Tabares
Puedo decir con orgullo que afortunadamente pude sanar ese vínculo hace muchos años y hoy nuestra relación es soñada. Reflexionar sobre aquella época de mi vida hace que sea consciente de que principalmente la adolescencia, en donde no somos niños pero tampoco adultos, es la edad de la desconexión profunda con nuestros padres, donde muchos quizá sentimos que no los soportamos y a lo mejor ellos a nosotros tampoco. Aprender a vivir con eso está bien y es sano.
Pensar, entre otras cosas, en todo lo que exigimos a nuestras madres y tan poco que exigimos a nuestros padres: por ejemplo, como María del Mar lo menciona, esa sensación de seguridad al saber que el amor de madre viene dado y no puede quitarse bajo ninguna circunstancia es bastante injusto al compararlo con el amor hacia nuestros padres, de cómo en nuestra condición de mujeres luchamos por él e hicimos tantas cosas por merecerlo, de cómo quizá creíamos más en su autoridad o de cómo les mostrábamos más respeto, porque si madre solo hay una y padre es cualquiera, queremos que ese cualquiera nos aprecie, así su presencia en nuestras vidas de hijos de padres separados -como en mi caso- sea solo los domingos.
Finalmente, si cada uno se sienta a reflexionar sobre su relación y sobre el vínculo que tiene con su madre, quizá pueda sanar y deconstruir aquel vínculo tóxico que la sociedad impone entre madre e hija y que, de esa forma, la maternidad para nosotras o para generaciones futuras no sea una carga, no sea impuesta, no sea injusta y, sobre todo, que la maternidad deje de ser igual a crianza.
Recomendación: Lean la columna de María del Mar razón, vale la pena.
Por Daniela Coral
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