María
- Severa Flor
- 21 ago 2020
- 1 Min. de lectura

Ilustración: Camila Tabares
¿Se han preguntado si serán recordados después de morir? ¿Si van a ser encontrados en caso de ocurrirles algo? ¿Han experimentado el miedo de adentrarse en una situación que puede salirse de control? ¿Han sentido que quieren gritar muy fuerte mientras la tensión del cuerpo les aprisiona la voz?
Él, es ágil pese a ser corpulento, tosco; actúa con toda la calma, me dice que no corra, como anticipando que de todos modos me alcanzará y en ese momento, como una ráfaga, sin orden alguno, vienen esas y otras preguntas a mi mente: ¿Y ahora qué hago? ¿Me van a recordar si muero? ¿Qué me va a pasar, será que voy a morir, me va a doler? ¿Me van a encontrar estando tan lejos de casa?
Lo único que hago es correr, coordinar al máximo mi cuerpo para no tropezar y tratar de salir a un lugar donde haya gente y gritar para que me ayuden pero, la adrenalina y la luz amarilla, lánguida de las pocas farolas, me confunden; doy la vuelta a tres, cuatro cuadras, es absurda la rapidez con que él logra aparecer sonriendo de manera amenazante, hago un esfuerzo más y logro llegar a un lugar lleno, literalmente lleno de gente. Respiro, mis pasos se hacen lentos y camino en busca del grupo de amigos con quienes estaba.
Mi nombre es María, tenía 16 años, fui perseguida, acechada por un hombre cercano a los cincuenta años en las calles de un pueblo que no conocía bien, mientras me dirigía al lugar en donde me hospedaba.
Por Sara María Guerrero.
Comments